NADIA ANJUMAN, POETISA AFGANA
Estoy enjaulada en esta esquina / llena de melancolía y pena…/ mis alas están cerradas y no puedo volar…/ Soy una mujer Afgana y debo lamentarme. NADIA ANJUMAN
Escribir y publicar en Afganistán supone una peligrosa aventura si el autor de los textos es un hombre. Si quien decide ser protagonista del mundo literario es una mujer, la situación se torna una enloquecida odisea que puede llevar a personas inocentes a una muerte segura. Tal es el caso de Nadia Anjuman, poetisa asesinada por su marido en el año 2005, que le propinó una brutal paliza cuando ella comenzó a ser conocida por sus obras. No pudo soportar que publicara su primer libro de poemas, titulado Gul-e-dodi, Flor Roja Obscura, muy difundido en Afganistan, Pakistán e Irán. Este criminal permaneció un mes en la cárcel. Ahora está libre y tiene la custodia de la hija de ambos, una niña cuyo futuro se presiente incierto, si cabe.
Herat, lugar de residencia de Nadia Anjuman fue antaño, desde hace cinco mil años, la sede cultural y artística del país. Allí se creó el Club literario de Herat. Según su presidente, Ahmed Said Agigi, en los noventa los talibanes quemaron los libros, destruyeron las estatuas y encerraron a las mujeres. Los miembros del club se arriesgaron a ser torturados y a morir por escribir. El grupo era mixto aunque las mujeres celebraban sus reuniones aparte, en un local donde podía leerse un cartel en el que rezaba: La aguja de oro. Clases de costura para mujeres. Entre las prohibiciones que los talibanes instauraron para las mujeres figuraban: trabajar, estudiar, reírse en voz alta y maquillarse. Eso sí, podían coser. Así que lo hicieron tres veces por semana. Bajo el burka, seis mujeres escondían los bolígrafos y el papel donde plasmarían sus escritos. Un profesor las instruía sobre autores innombrables en Afganistán, como Shakespeare, Dostoievski o James Joyce . Nadia Anjuman, la más brillante de estas poetisas escribía versos de amor y también aludía en sus poemas a la terrible situación de la mujer afgana. Son palabras tristes, en este caso traducidas por Andrés Alfaro:
¿Por qué debo hablar de la dulzura
cuando siento yo tanta amargura?.
Oh, el festín del opresor
me tocó la boca.
No tengo ni un compañero en esta vida
¿Para quién puedo estar dulce?
No hay diferencia de hablar, reír,
Morir, ser.
Yo con mi soledad agotada.
Con dolor y tristeza.
Nací para nada.
La boca se debe precintar.
Oh mi corazón, ya sabes que es la primavera
Y es momento para celebrar.
¿Qué debo hacer con un ala atrapada
que no me deja volar?.
He estado callada por demasiado tiempo.
Pero nunca me olvido la melodía.
Porque cada momento cuchicheo yo
las canciones de mi corazón
que me recuerdan el
día que voy a romper la jaula,
volar de esta soledad
y cantar como un melancólico.
No soy un débil árbol de álamo
que cualquier viento va a sacudir.
Soy una mujer afgana.
Así que sólo tiene sentido gemir.
El hermano de Nadia, Mohamad Shafi afirma: “Nadia fue una pionera, la mejor poetisa viva en Herat y se esperaba que tuviera mucho éxito” . No opinaban así todos los familiares de Nadia, ya que para algunos de ellos era una deshonra que se dedicara a la poesía. Esto no es de extrañar en un territorio donde la violación de las mujeres dentro del matrimonio está permitida.
El vil asesinato de Anjuman es el origen de la novela del escritor afgano Atik Rahimi titulada La piedra de la paciencia, galardonada con el premio Goncourt en 2008. Rahimi fue invitado en 2005 a una tertulia literaria organizada por Nadia Anjuman. Este encuentro no llegó a realizarse debido a la muerte de la escritora. Según Rahimi todo se silenció aludiendo a que se trataba de un asunto familiar. En una entrevista en el periódico El País, el escritor afgano declara: En mi país, la cultura ha sido destruida, la gente no sabe escribir, los afganos ya no saben quiénes son, el único valor es la religión..., y así no hay nada que hacer, no hay referencias sólidas".
Sobre una colina de Herat, en el camposanto de personajes ilustres, reposan los restos de Nadia Anjuman, joven poetisa asesinada salvajemente. Ante su tumba otras mujeres afganas se arrodillan. Su único delito fue amar la literatura.
Estoy enjaulada en esta esquina / llena de melancolía y pena…/ mis alas están cerradas y no puedo volar…/ Soy una mujer Afgana y debo lamentarme. NADIA ANJUMAN
Escribir y publicar en Afganistán supone una peligrosa aventura si el autor de los textos es un hombre. Si quien decide ser protagonista del mundo literario es una mujer, la situación se torna una enloquecida odisea que puede llevar a personas inocentes a una muerte segura. Tal es el caso de Nadia Anjuman, poetisa asesinada por su marido en el año 2005, que le propinó una brutal paliza cuando ella comenzó a ser conocida por sus obras. No pudo soportar que publicara su primer libro de poemas, titulado Gul-e-dodi, Flor Roja Obscura, muy difundido en Afganistan, Pakistán e Irán. Este criminal permaneció un mes en la cárcel. Ahora está libre y tiene la custodia de la hija de ambos, una niña cuyo futuro se presiente incierto, si cabe.
Herat, lugar de residencia de Nadia Anjuman fue antaño, desde hace cinco mil años, la sede cultural y artística del país. Allí se creó el Club literario de Herat. Según su presidente, Ahmed Said Agigi, en los noventa los talibanes quemaron los libros, destruyeron las estatuas y encerraron a las mujeres. Los miembros del club se arriesgaron a ser torturados y a morir por escribir. El grupo era mixto aunque las mujeres celebraban sus reuniones aparte, en un local donde podía leerse un cartel en el que rezaba: La aguja de oro. Clases de costura para mujeres. Entre las prohibiciones que los talibanes instauraron para las mujeres figuraban: trabajar, estudiar, reírse en voz alta y maquillarse. Eso sí, podían coser. Así que lo hicieron tres veces por semana. Bajo el burka, seis mujeres escondían los bolígrafos y el papel donde plasmarían sus escritos. Un profesor las instruía sobre autores innombrables en Afganistán, como Shakespeare, Dostoievski o James Joyce . Nadia Anjuman, la más brillante de estas poetisas escribía versos de amor y también aludía en sus poemas a la terrible situación de la mujer afgana. Son palabras tristes, en este caso traducidas por Andrés Alfaro:
¿Por qué debo hablar de la dulzura
cuando siento yo tanta amargura?.
Oh, el festín del opresor
me tocó la boca.
No tengo ni un compañero en esta vida
¿Para quién puedo estar dulce?
No hay diferencia de hablar, reír,
Morir, ser.
Yo con mi soledad agotada.
Con dolor y tristeza.
Nací para nada.
La boca se debe precintar.
Oh mi corazón, ya sabes que es la primavera
Y es momento para celebrar.
¿Qué debo hacer con un ala atrapada
que no me deja volar?.
He estado callada por demasiado tiempo.
Pero nunca me olvido la melodía.
Porque cada momento cuchicheo yo
las canciones de mi corazón
que me recuerdan el
día que voy a romper la jaula,
volar de esta soledad
y cantar como un melancólico.
No soy un débil árbol de álamo
que cualquier viento va a sacudir.
Soy una mujer afgana.
Así que sólo tiene sentido gemir.
El hermano de Nadia, Mohamad Shafi afirma: “Nadia fue una pionera, la mejor poetisa viva en Herat y se esperaba que tuviera mucho éxito” . No opinaban así todos los familiares de Nadia, ya que para algunos de ellos era una deshonra que se dedicara a la poesía. Esto no es de extrañar en un territorio donde la violación de las mujeres dentro del matrimonio está permitida.
El vil asesinato de Anjuman es el origen de la novela del escritor afgano Atik Rahimi titulada La piedra de la paciencia, galardonada con el premio Goncourt en 2008. Rahimi fue invitado en 2005 a una tertulia literaria organizada por Nadia Anjuman. Este encuentro no llegó a realizarse debido a la muerte de la escritora. Según Rahimi todo se silenció aludiendo a que se trataba de un asunto familiar. En una entrevista en el periódico El País, el escritor afgano declara: En mi país, la cultura ha sido destruida, la gente no sabe escribir, los afganos ya no saben quiénes son, el único valor es la religión..., y así no hay nada que hacer, no hay referencias sólidas".
Sobre una colina de Herat, en el camposanto de personajes ilustres, reposan los restos de Nadia Anjuman, joven poetisa asesinada salvajemente. Ante su tumba otras mujeres afganas se arrodillan. Su único delito fue amar la literatura.
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