lunes, 5 de enero de 2009
Esta mañana he ido al cementerio. He paseado entre pérgolas y cristos que me observaban con ojos llorosos. He visitado las tumbas de casi todos mis muertos, de todos los que conozco. También he colocado un clavel rojo sobre la lápida de Miguel Hernández. No suelo acudir al camposanto. Es algo que no me atrae en absoluto. Pero hoy he necesitado recordar el lugar donde hace ya treinta y tres años dejé el cuerpo sin vida de mi padre. He acudido sola a mi cita con los difuntos, tal y como hago todo aquello que me parece relevante para mi mundo interior. Sentada sobre el mármol que cubre los huesos de mi progenitor he sentido la vida desde una nueva perspectiva y para mi sorpresa, me he quedado durmiendo sobre la fría piedra. Al despertar, sobresaltada, no he visto una luz que se alejaba, ni mi padre me ha dicho nada al oído. Simplemente, he alzado mis ojos y he visto las letras adheridas al mármol, cerca de las jardineras. Esto ha sido suficiente. Es una palabra que he leído muchas veces...tantas...Pero hoy la he tenido muy cerca y acababa de despertarme. En ese vocablo está la respuesta:TOLO
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